jueves, 17 de marzo de 2011

Nota de Furia del Lago en Facebook: Cuidar la vida


Los japoneses son los únicos que han sufrido la gran calamidad de la bomba atómica y dos veces por falta de una: Hiroshima y Nagasaki. Tendrían que ser ellos, entonces, los menos expuestos a juguetear con la peligrosa energía nuclear. Pero no, son precisamente ellos los que ahora se agarran la cabeza por haberse metido en tragedias. El tsunami gigante del 11 de marzo puso en su lugar muchas cosas. La principal de ellas es que los seres humanos no somos los dueños de la vida, sino apenas tributarios, delegados o meros inquilinos. Esto es un duro golpe para el ego de cada uno, pero cargar con la mochila del ego (como si no tuviéramos ya suficientes fardos que cargar mientras subimos la montaña), es completamente innecesario. Sí, el ego es innecesario, pero, ¿cómo lo podría entender una persona si sólo utiliza como herramienta de percepción precisamente al ego?

El ego es la creencia de que las personas están separadas. Y el problema es que las creencias se transforman en actos y cuando los actos provienen de personas que se imaginan separadas, las evidencias se tornan violentas. Vale decir: tú te ilusionas con algo y cuando la ilusión se derrumba te deja postrado o aniquilado.

Volvamos al terremoto. No somos dueños de la vida. Por lo tanto, no existe “mi vida” por un lado ni “tu vida” por el otro. Hay una sola vida y nosotros somos tributarios de ella. Tú eres encargado de una parcela de esa vida y yo soy encargada de otra parcela, pero ambos somos tributarios de la totalidad de la vida.

Si hubiéramos aprendido esto desde pequeños, quizá muchos de nuestros famosos males no hubieran acontecido. Eso es lo que piensa el ego, con su inevitable vistazo al pasado, pero en realidad todo ello no existe. Lo único que tenemos es el presente. Y un terremoto es puro presente. ¿Habéis estado alguna vez en medio de un terremoto? Pues yo sí, y os aseguro que su lección es obligatoria, deslumbrante y magnífica: “Lo único que existe es el Presente”.

Alguno quizá se pregunte qué tiene que ver todo esto con las centrales atómicas de Japón y el tsunami. Sencillamente, poner a gobernar al ego es demasiado peligroso. En las eras arcaicas, el más fuerte la emprendía a golpes con el más débil. Luego, el más débil se tornó más astuto y manipuló a la fuerza bruta. Así aparecieron los tiranos y luego los reyes. Durante siglos y más siglos, los humanos se dejaron gobernar por reyes. La falta de creatividad les jugaba en contra y nunca se les ocurrió que se trataba tan sólo de una guerra de egos. Hace trescientos años, era imposible imaginarse un mundo sin reyes. Pero de pronto, apareció un terremoto social y se metieron en la danza los políticos, hasta que lograron instalar otra variante del sueño egoico. Hoy en día, los políticos pretenden manejar a los seres humanos y los escasos reyes que han quedado son meros símbolos. Pero así como hace trescientos años era imposible imaginarse un mundo sin reyes, ahora parece imposible imaginar un mundo sin políticos. Y, sin embargo, eso es lo que se viene. La próxima etapa será una sociedad humana sin políticos. Tendrá que serlo, porque fueron los políticos quienes construyeron las centrales atómicas de Japón, aun luego de haber sufrido los dos bombazos contra Hiroshima y Nagasaki. No se puede jugar a la ruleta rusa pretendiendo que no es un suicidio.

Las personas que no ejercitan los músculos de la creatividad, en este peldaño de la conversación, aparecen para decir: “Pero eso es imposible, ¿cómo puede haber un mundo sin políticos? Alguien tiene que gobernar”. O cosas por el estilo. Apelo entonces al lenguaje analógico: hace 120 años era imposible imaginarse máquinas voladoras. Poco tiempo después, resultó imposible imaginarse un mundo sin aviones.

Pues bien. Si queremos imaginar un mundo sin políticos, tendremos que concebir un mundo sin ego. Lo cual es completamente innecesario: ya existe un mundo sin ego y es la Vida en su totalidad. Mientras tanto, el ego es un quijote, un loco que quiere cambiar la vida a su manera como si estuviera separado de la vida.

Tengamos en claro que la vida es una sola y adopta miríadas de formas. La vida tiene tu forma, o la forma de tu madre, o la forma de tu hijo. Pero sólo son formas diferentes de una sola vida. El ego, en cambio, es un político. Quiere manipular a la vida como si ésta fuera una cosa. Además, tiene sus mañas, es tremendamente astuto y adopta las formas de la enredadera. Cuando tú dices: “Hay que acabar con el ego”, enseguida te responde: “Pues sí, organicemos rápidamente una institución para acabar con el ego”. O se pone a dar cursos: “Acabemos con el Ego en diez lecciones”. O cosas por el estilo.

Los políticos fueron los que concibieron las centrales atómicas de Japón. Y son los que obligan a todos a marcar el paso, enseñándonos su mandamiento vertebral: “Sálvese quien pueda”. Pues bien, ese mandato de que se salve quien pueda está provocando que ya no se salva nadie de tanta calamidad.

“¿Hay algo que se puede hacer en todo esto?”, me pregunta una de mis hijas. “Nada, le respondo. Hacer algo sería hacer política y eso sigue prolongando el sufrimiento”. Pero entonces, “¿para qué sirve reflexionar sobre todo esto?”, vuelve a preguntarme. Como respuesta, le muestro una noticia que apareció en los diarios no hace mucho y que, en medio de tanta catástrofe, parece minúscula. Un niño de apenas dos años murió ahogado en la pileta de natación de sus padres. Sin que sus padres se dieran cuenta, el niño salió a caminar al patio y cayó al agua. Fue cosa de tres o cuatro minutos, a lo sumo cinco. Pero cuando los padres llegaron a la pileta, ya no hubo nada que hacer.

Luego de mostrarle la noticia, le digo a mi hija: “el único mandamiento de la vida es el de cuidar a la vida”.



Furia del Lago

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